lunes, 13 de abril de 2009

TODOS TENEMOS UN REFUGIO... ¿SERÁ EL AMOR?

mANUEL vICENT ESCRIBE EN eL pAÍS DEL DOMINGO 12 DE ABRIL DE 2009

MANUEL VICENT
La cabaña

Dijo Pascal que todo lo malo que le había ocurrido en la vida se debía a haber salido de su habitación. Se trata de un pensamiento muy certero, porque, bien mirado, todos los problemas que uno arrastra a lo largo de los años se derivan del hecho de haber abandonado aquella cabaña que un día montó en el jardín cuando era niño. El mito de la cabaña sigue teniendo hoy una fuerza extraordinaria. No hay escritor, artista famoso, político, hombre de negocios o banquero sacudido por el estrés que no sueñe con retirarse durante un tiempo a vivir en una cabaña lejos del mundo. Existen cabañas de muchas clases, según el subconsciente de cada uno; las hay de indio apache, de pastor, de leñador del bosque, de pescador escandinavo, de expedicionario perdido en el desierto, de náufrago en una isla de los mares del sur. Otras adoptan la forma de castillo medieval, con almena o sin almena, recias e inexpugnables. En todos los parques públicos y en los jardines de infancia se montan cabañas para que los niños jueguen a esconderse o a protegerse de unos enemigos imaginarios. Algunas son muy lujosas, pero ninguna se parece a aquella tan maravillosa y rudimentaria que construimos, cuando éramos niños, con cuatro palitroques y una empalizada de cañas en el desván, en el patio o entre las ramas de un árbol. La seguridad que nos daba aquella cabaña se perdió junto con nuestra inocencia. Un día dejamos de jugar. A partir de ese momento quedamos desguarecidos, solos en la intemperie, lejos del mundo de los sueños, frente a unos enemigos reales. Es evidente que estamos rodeados de basura por todas partes. A cualquier hora del día nunca deja uno de ser agredido por la sucia realidad, por un acto de barbarie o de fanatismo. Pero existen seres privilegiados, que son capaces todavía de montar a cualquier edad aquella cabaña de la niñez en el interior de su espíritu para hacerse imbatibles dentro de ella frente a la adversidad. Si uno la mantiene limpia es como si estuviera limpio todo el universo; si en su interior suena Bach la música invadirá también todas las esferas celestes. Este reducto está al alcance de cualquiera. Basta imaginar que es aquella cabaña en la que de niños nos sentíamos tan fuertes.

2 comentarios:

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

¿Quién le puso nombre a las palabras?
Por Karina Álvarez
En el abismo de lo inmensamente no descubierto puede que ahí se halle la esperanza.
Habría que tirarse un clavado y esperar no clavarse en otro lado, porque cuando uno se tira en los abismos sepa qué habrá de descubrir antes de encontrar el motivo de aquel brinco.
Pero si te tiras, debes tener cuidado de no caer muy rápido, así tendrías más tiempo en pensar si brincar fue lo correcto o qué mejor si me regreso.
El punto es que eso lo pienses en el vuelo de descenso, porque de lo contrario no estarías ahí.
Naturalmente el hombre teme, y son pocos los que se arriesgan a encontrar aquella palabra que se acomodó a un nombre de pila.
Esperanza, esperar, ansia, anhelo, resignación... significados dados por quién sabe quién, y que tal vez por eso nos equivocamos, pues son letras acomodadas al sentir de personas ajenas a nosotros, y tal vez, en realidad, nadie las ha sentido nunca.
Nadie tiene la culpa de que las palabras más concurridas por la sociedad no le acomoden.
Amar, querer, casarse, morirse, vivir, pobreza... entiéndelo como de te la gana, sólo piénsalo bien antes de aplicarlas, pues podrías perjudicar a quienes no han entendido el cambio de significados que les des.
Podrías cambiarlos todos los días, que cada día una signifique algo distinto, que nadie y todos te entiendan y si no, que no te importe, tu te entenderás.
Estas palabras se me han convertido en un tormento en los últimos meses.
He llorado al escuchar cada una y no he podido resolver nada, por eso insisto en buscarles otros significados, los socialmente impuestos me han causado un dolor en el estómago que me recuerda que no puedo evitarlas.
Aún así, espero no tardarme tanto en encontrarles mi propio significado; como sea, entiendo lo que siento cada que una de esas breves oraciones pasa por mi mente. Todas me duelen.